Gustavo Duch Guillot
La caverna
Todo marchaba como estaba planeado, impecable, sin fisuras. No se podía esperar menos de aquellos magníficos profesionales de la economía moderna, educados en las mejores escuelas de negocios. El experto ponente, con un puntero laser en mano, proyectaba una tras una imágenes que comentaba, insistiendo en cada una de ellas que las evidencias eran clarísimas. –Fíjense decía: «Las pantallas de cine reproducen basura idéntica en todos los idiomas; y la gente disfruta con tanta cultura disponible. En las gasolineras se compra pan, bollería y naranjas, todo a base de petróleo; y la gente dice que es comida, sana y más barata. Los estómagos humanos está colmados de glutamato, ansiolíticos, cafeína y prozac; y la gente dice que se sienten felices, que se saborean felices. El monte son pistas de esquí, la sabana reservas exclusivas para fotógrafos, las playas se privatizaron y la selva es un asilo de fieras enjauladas; y la gente paga contenta por contactar con la naturaleza».
Sentados alrededor de una ovalada mesa de junta directivas, entre risas y sarcasmos envueltos en humo de habano, aquellos hombres y mujeres de negocios seguían atentos las explicaciones. En un coro de unanimidad concluyeron: -Sí, ya tenemos a la gente completamente aborregada y sin capacidad de pensar. Es el momento del estrujón final.
Y así fue que fue que la plutocracia mundial reunida en aquella CAVERNA clandestina accionó la última fase de la mayor barbarie conocida, el estrangulamiento capitalista: Después de enriquecerse con los bienes naturales y públicos de los países del Sur, del Norte, del Este y del Oeste; después de explotar hasta la muerte a las y los trabajadores del mundo, especialmente las mujeres; después de ganar dinero especulando con todo, incluso con el hambre; después de inventarse burbujas hipotecarias o puntocom; y a punto de agotarse el enriquecimiento a base de canjear capitales financieros ficticios, observaron ingeniosos que la última fórmula para incrementar sus beneficios era acumular el dinero futuro, el que estaba por imprimir, robando lo que pertenecería a nietos y nietas: LA DEUDA.
Babeaban disfrutando con su jugada maestra. Porque la carambola era perfecta. Los países, naciones, pueblos o estados – ya sin gobiernos soberanos- aceptaban a pie juntillas cualquier instrucción que ellos emitieran. No habría ningún problema con las nuevas disposiciones
-Los bancos, ¡oh qué problema! están en bancarrota y eso es malísimo para la economía. Así que hay que inyectar todos los dineros públicos posibles para salvar sus resultados. Y sin dinero en sus arcas, les prestamos el nuestro que nos devolverán en eternos plazos a intereses de objeto de lujo.
La memoria
Y pasaba que pasaba todo así, como estaba mandado. O no. Se olvidaron de un detalle porque era invisible, no programable, ni robotizable: LA MEMORIA, un rincón en el cuerpo humano que está a salvo de la ciencia y sus experimentos.
Un almacén de frases sentidas; del viejo olor a sábanas de hilo; de la tabla de multiplicar y estribillos de Bob Dylan; de un paisaje recorrido de la mano de madre; y de los tropezones en el amor. Una alacena colectiva que mantiene en fresco -para que se conserve perfectamente- el recuerdo de aquellas luchas contracorriente de unos pocos seres humanos para conseguir la erradicación de la esclavitud. Para recuperar el principal derecho humano, la libertad. Un disco duro en red y sin contraseñas que guarda bien clasificadas todas las revoluciones de los desheredados del mundo por el reconocimiento del derecho de los pueblos a comer y vivir de su sus tierras, aguas y semillas. Una pinacoteca con los retratos en óleo de todas aquellas personas que hicieron posible el derecho al trabajo, a la autodeterminación de los pueblos, a la enseñanza y a la salud gratuita, a la vivienda, y por qué no, también los derechos de la PachaMama.
El Encuentro
Letrados de escuelas que quieren finiquitar, rodeados de niñas y niños con ansías y derecho por saber, hartas de acalorarse en barracones provisionales; inválidos por operaciones quirúrgicas aplazadas, en sillas de ruedas oxidadas que empujan enfermeros expedientados; compositores sin escenario para actuar, pregoneros sin fiestas que inaugurar y enamorados marchitos que no podrán bailar; ganaderas sin veterinarios públicos que les ayuden en las cesáreas; investigadores para un mundo mejor en paro; recolectores de otros países amontonados en viviendas que son muriendas; proscritos y sin papeles y sin derechos; jubilados reviejos sin pensión pública con la que salir a tomar el Sol; novatos en oficios de los que siempre serán aprendices; mutilados de guerras que otros hicieron -el único negocio que no dejarán quebrar- y enfurruñados llegados de países del Sur con gran experiencia deudora preguntándose incrédulos ¿quién debe a quién?,… todas y todos técnicos cualificados en el uso de la memoria, se reunirán los próximos 7 y 8 de octubre en Madrid.
A cara descubierta, sin caretas ni antifaces y con las manos bien apretadas. Con certeza inconfundible de lo que es y no es justo. Con la fuerza y el entusiasmo de las alegrías e indignaciones compartidas. Con la curiosidad y creatividad innatas, para declarar que: «Para devolver vida al mundo habrá que podar y desyerbar los palacios, las sedes bancarias y otros antros que ocultan el escondite secreto de la Caverna. Habrá que abonar la tierra con propuestas nuevas, sin olvidar simientes que siempre funcionaron para reverdecer el panorama. Habrá que regar y plantar cara. Porque lo que se planta y se cuida siempre da frutos».
(*) Gustavo Duch Guillot
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